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Página 8: LAS MIL Y UNA NOCHES. Voy á disponer que os traigan abundantes refrescos para vos y para todas las personas de vuestro séquito. » Ejecutóse esto al punto, pues apenas volvió el rey á Samarcanda, cuando el visir vio llegar una cantidad portentosa de todo género de abastos, acompañados de regalos y presentes de valor imponderable. Sin embargo Chahzenan, disponiéndose á partir, puso en cobro los negocios mas urgentes, planteó un consejo para gobernar el reino en su ausencia y colocó al frente de aquel consejo un ministro de cuya sabiduría estaba enterado y le merecía cabal confianza. A los diez días, corrientes ya sus equipajes, se despidió de la reina su esposa, salió por la tarde de Samarcanda, y acompañado de los oficiales que debían formar su comitiva, pasó á la tienda regía que había mandado levantar junto á las del visir. Conversó con el embajador hasta las doce de la noche, y queriendo entonces abrazar otra vez á la reina á quien amaba desaladamente, volvió solo á su palacio. Encaminóse al aposento de aquella princesa, la cual no esperando volverle á ver, había admitido en su lecho á un oficial subalterno de palacio. Rato había que estaban acostados y dormían profundísimamente. Entró el rey calladamente, deleitándose en sorprender con su regresó á una esposa de quien se conceptuaba entrañablemente correspondido; pero ¡cuál fue su pasmo al distinguir, á la claridad de las lámparas que están ardiendo toda la noche en los aposentos de los príncipes, un hombre en brazos de la reina ! Queda yerto por un rato, no pudiendo dar crédito á lo mismo que está viendo, y al fin no cabiéndole duda del hecho: «Cómo!» recapacita en su interior, «¡apenas estoy fuera de mi palacio y de Samarcanda, cuando ya se atreven á ultrajarme! ¡Ah! pérfida; tu crimen no quedará impune. Como rey, debo castigar los delitos cometidos en mis estados; como esposo ofendido, es forzoso que te sacrifique á mis justas iras. » Aquel príncipe desventurado, á impulsos de su arrebato, desenvainó el alfanje, se acercó al lecho, y de una cuchillada envió á entrambos delincuentes al sueño de la muerte. Luego cogiéndolos uno tras otro, los arroja por la ventana al foso que rodea el alcázar. Desagraviado ya, sale de la ciudad como había entrado, se retira á su tienda, y sin decir nada á nadie de lo que acababa de hacer, manda levantar las tiendas y ponerse en camino. En breve estuvo todo pronto, y antes de amanecer se emprende la marcha al toque de timbales y otros instrumentos que van infundiendo regocijo á todos, monos al rey, quien allá embargado en la infidelidad de su esposa, batalla en su interior con el sumo desconsuelo que le acompaña por todo el viaje. A los asomos de la capital de la India, el sultán Chahriar le sale al encuentro con toda su corle. ¡ Qué júbilo el de entrambos príncipes al avistarse !Apéense al par, se abrazan, y después de haberse dado mil testimonios de cariño, montan á caballo y hacen su entrada en la ciudad, vitoreados por todo el crecido vecindario. El sultán acompaña al rey su hermano al palacio que le tiene preparado y que comunica con el suyo por medio de un jardín, de suyo tanto mas hermoso en cuanto sirve para las fiestas y regocijos de la corte, y se han añadido á su magnificencia nuevos muebles. Chahriar deja al rey de Tartaria para darle tiempo de entrar en el baño y mudarse de traje; mas en sabiendo que ha salido de él, vuelve á su estancia. Siéntanse en un sofá, y como los palaciegos se mantienen distantes por el debido respeto, entrambos príncipes se ponen á conversar sobre cuanto tienen que decirse, tras una dilatada ausencia, dos hermanos aun mas unidos por el cariño que por la sangre. Llegada la hora, cenan juntos y continúan luego su conversación, que duró hasta que Chahriar, advirtiendo que era ya muy deshora, se retira dejando descansar á su hermano. El desventurado Chahzenan se acuesta ; pero si la presencia del sultán su hermano había conseguido suspender por algunas horas sus pesares, entonces se despiertan con violencia, y en vez de disfrutar el sosiego de que tanto necesita, no hace mas que traer á la memoria cruelísimas reflexiones; retratándose tan al vivo en su imaginación todas las circunstancias de la infidelidad de la reina, que está fuera de sí. Al fin no pudiendo dormir, se levanta, y embargado en tan amargos pensamientos, se manifiesta en su rostro una tristeza que no se oculta al discernimiento del sultán : « ¿Qué tendrá el rey de Tartaria? » estaba diciendo consigo; «¿qué es lo que puede causar el pesar en que le veo sumido? ¿Será acaso que tonga motivo para quejarse del recibimiento que le hago? ¿No le he recibido como á un hermano á quien amo? pues nada tengo que echarme en cara. Quizá siente estar ausente de sus estados ó de la reina su esposa. ; Ah ! si es esto lo que le desconsuela, forzoso se hace que le haga pronto los presentes que le tengo destinados para que pueda regresar á Samarcanda cuando lo juzgue conveniente. » En efecto, al din siguiente le envió una parto de aquellos regalos, compuestos todo cuanto producen las Indias mas es...