— 42 — nada.-- Sofía, conforme con el parecer de su hermana dijo:— Amigo ¿no habéis oído el proverbio que dice: «El que algo pone, parte tiene, y el que no, con ello se retira?»— El mandadero se hubiera visto en el caso de retirarse, si Amina, tomando su defensa, no hubiese dicho á sus hermanas: « Os suplico permitáis se quede con nosotras, pues tiene buena disposición para divertirnos. Os aseguro que, sin su ligereza y buenos oficios, no hubiera podido comprar tanto en tan corto tiempo. — El hombre quiso entonces devolver el dinero que le habían dado y Zobeida se lo mandó guardar, diciéndole:— Lo que sale de nuestras manos en pego de servicios, no vuelve á ellas. Amigo,— añadió,— si consentimos que os quedéis, no es sólo con la condición del secreto, sino de que observaréis las reglas de la decencia y del decoro. — En tanto, la graciosa Amina preparaba la mesa y la cubría con exquisitos manjares. En seguida se sentaron á ella las tres damas é hicieron sentar también al mandadero.
Servido el primer plato, Amina echó de beber y bebió la primera, según costumbre árabe. Luego sirvió á sus hermanas que bebieron una tras de otra y por último presentó la cuarta copa al mandadero, el que besó la mano de Amina al recibirla, entonando una canción encaminada á decir que el vino recibía más exquisito gusto viniendo de su mano. Las damas se regocijaron y cantaron también, y durante la comida reinó una franca alegría.
El día tocaba á su término, cuando dijo Sofía al mandadero: — Ya es tiempo de que os retiréis. — Este, no resolviéndose á dejarlas, replicó: — ¿A dónde queréis que vaya en el estado en que estoy? Con lo que he bebido no encontraré el camino de mi morada. Consentid en que duerma en cualquier paraje de esta casa hasta mañana.
Después de haberse consultado entre sí las hermanas, Zobeida dijo por fin al mandadero: — Te concedemos esa nueva gracia, á condición de que has de ser mudo respecto á lo que nos veas hacer, porque podría costarte muy caro el hacer preguntas indiscretas; levántate, — añadió, — y lee lo que está escrito sobre aquella puerta.— E1 mandadero se levantó, aunque no sin trabajo, y leyó en alta voz las palabras siguientes, escritas con letras de oro: «El que pregunta lo que no le importa, «»oye lo que no quiere». —Al volver á su asiento exclamó: — Señoras, os