-- 10 — cornadas, da bramidos fuertes, échate en el suelo, hazte el malo y verás como te tratan mejor y te dejan tranquilo.» El buey escuchó los consejos del asno y prometió seguirlos.
En efecto, cuando vino el gañán á buscarle para llevarle á trabajar, el buey empezó á patear, á pegar cornadas; y por último, bramando, se arrojó por tierra. El gañán al ver esto fué á dar cuenta al amo de lo que sucedía, y el amo le mandó entonces que en vez de llevar al buey, se llevase al borrico, encargándole que le hiciese trabajar y le zurrase de firme.
Hízolo así el mozo de labor, y cuando por la noche volvió á traer á la cuadra al borrico, el pobre animal apenas podía tenerse en pie, cansado de trabajar, y quebrantados los huesos con los palos que había recibido. En cuanto llegó se echó en el suelo gimiendo y suspirando. — Yo me tengo la culpa de lo que me sucede, se decía á sí mismo; ¿qué necesidad tenía yo de mezclarme en lo que no me incumbía? Yo vivía tranquilo, era querido, bien tratado, y todo me sonreía, y ahora, por mi imprudencia, estoy expuesto á perder la vida...
Al llegar aquí de su narración, el gran visir, dirigiéndose á su hija: —Merecerías, le dijo, que te trataran como al asno; quieres emprender la cura de un mal irremediable, llevar á cabo una empresa imposible, y te expones á perder la vida.
La generosa joven, inquebrantable en su resolución, le contestó que estaba decidida á intentar la prueba, y que ningún peligro la arredraría.— Está visto, le dijo su padre entonces, que será preciso hacer contigo lo que el rico labrador hizo con su mujer.— ¿Y qué hizo? preguntó Gerenarda.- Escucha, que no he acabado el cuento.
El gallo, el perro y la mujer del labrador
Al ver el labrador el estado en que había vuelto el asno, quiso saber lo que iba á decir á su compañero, y se puso á escuchar á la puerta del establo, en compañía de su mujer, y oyó que el borrico le pregun-