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LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE

que le he dado, y no sé si le someteré à un castigo más terrible todavía!» Y dichas estas palabras, el rey Armanos salió del aposento de su consternada hija, seguido de su esposa, cuya nariz se le había alargado hasta los pies.

Y cuando llegó la noche y Sett Budur entró en la habitación de Hayat-Alnefus, la encontró muy triste, con la cabeza metida entre las almohadas, y sacudida por los sollozos. Se acercó á ella, besán- dola en la frente, secándole las lágrimas, y al pre- guntarle el motivo de su pesar, Hayat-Alnefus le dijo con voz conmovida: «¡Oh mi amado señor! ¡mi padre quiere desposeerte del reino que te ha dado, y despedirte de palacio, y no sé qué más pretende hacer contigo! ¡Y todo porque no quieres quitarme la virginidad, salvando así el honor de su nombre y de su raza! ¡Se ha empeñado en que eso se haga esta noche misma! ¡Y yo joh dueño amado! te lo digo, no para impulsarte á tomar lo que debes to- mar, sino para librarte del peligro que te amenaza! ¡Pues todo el día no he hecho mas que llorar, pen- sando en la venganza que mi padre premedita con- tra ti! ¡Ah! ¡Por favor, date prisa á quitarme la virginidad, y haz de modo que, como dice mi ma- dre, las toallas blancas se pongan todas rojas! ¡Yo me confío por completo á tu saber, y pongo todo mi cuerpo y mi alma en tus manos! ¡Pero tú has de decidir lo que tengo que hacer para eso!>

Al oir estas palabras, Sett Budur dijo para si: <¡Llegó el momento! ¡Ya veo que no hay medio de