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LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE

oidos lo que ha pasado. Transmite, pues, mis zale- mas al rey Soleimán-Schah, y repítele lo ocurrido, diciéndole que á mi hija le horroriza el matrimonio. ¡Y Alah haga que llegues á tu país con toda segu- ridad!»

Entonces el visir y Aziz se apresuraron á regre- sar á la Ciudad Verde, y á repetir al rey Soleimán- Schab lo que habia ocurrido.

Esta noticia encolerizó al rey, que quiso llamar á los emires y á los lugartenientes para reunir las tropas é invadir inmediatamente las comarcas de las Islas del Alcanfor y el Cristal.

Pero el visir pidió permiso para hablar, y dijo: «¡Oh soberano! No debes proceder de ese modo, pues en realidad la culpa no la tiene el padre, sino la hija, y el impedimento procede de ella sola. Y su mismo padre está tan contrariado como todos nos- otros. Ya te he repetido las terribles palabras que la princesa Donia dijo al espantado jefe de los eu- nucos,»

Cuando el rey Soleimán-Schah hubo oído al vi- sir, acabó por darle la razón, y se asustó al pensar en las amenazas de la princesa. Y se dijo: «Aunque invadiese su pais y la redujese á ella á la escla- vitud, de nada nos serviría, puesto que ha jurado matarse.»

Entonces mandó llamar al principe Diadema, y muy afligido por el disgusto que iba á darle, le puso al corriente de todo. Pero el príncipe Diadema, lejos de desesperarse, dijo firmemente: «¡Oh padre