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LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE

PERO CUANDO LLEGÓ LA 129.a NOCHE

Ella dijo:

... ¿de qué pueden servirte, ¡oh pobre lisiado! todas las princesas y todas las jóvenes del mundo? ¿De qué han de servirte, cuando te han dejado el vientre tan liso como el de una mujer?>>

Pero recordando las palabras de Aziza, me de- cidí á emprender las investigaciones necesarias y á recoger los datos que me pudieran servir para ver à la princesa. Todos mis trabajos resultaron bal- dios; nadie me supo indicar el medio que yo busca- ba, y ya empezaba à sentirme completamente des- esperado, cuando un dia, paseándome por los jar- dines que rodean la ciudad, queriendo olvidar mis pesares con el espectáculo de aquel delicioso ver- dor, llegué à la puerta de un espléndido jardin de árboles magníficos, con cuya sola contemplación hallaba descanso el alma dolorida. Y en la tarima de entrada estaba sentado el guarda del jardin, un venerable jeque, de simpático aspecto, en cuyo rostro se adivinaba la bendición. Entonces me ade- lanté hacia él, y después de las zalemas acostum- bradas, le dije: «¡Oh jeque! ¿de quién es este jar- din?>> Y él contestó: «De Sctt-Donia, la hija del rey. Puedes, joh hermoso joven! entrar y pascarte un