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LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE

bronce y de oro rojo labrado. Me detuve, y la vieja llamó en lengua persa. En seguida, sin que tuviese tiempo de darme cuenta, por lo rápido que fué el movimiento, se entreabrió la puerta y vi á una jo- ven regordeta que me sonreía. Llevaba los pies des- calzos sobre el mármol recién lavado, se sujetaba con las manos, por miedo de mojarlos, los pliegnes .de su calzón, levantándolo hasta medio muslo. Y las mangas las llevaba también levantadas hasta más arriba de los sobacos, que se veían en la sombra de los brazos blancos. Y no sabia qué admirar más, si sus muslos como columnas de mármol ó sus brazos de cristal. Sus finos tobillos estaban ceñidos con cascabeles de oro y pedrería; sus flexibles muñecas ostentaban dos pares de pesados y magnificos bra- zaletes; llevaba en las orejas maravillosas arraca- das de perlas, al cuello triple cadena de joyas in- superables, y á la cabeza un pañuelo de finísimo tejido, constelado de diamantes. Y debía estar en- tregada á algún ejercicio muy agradable, porque la camisa se le salía del calzón, cuyos cordones esta- ban desatados.

Su hermosura, y sobre todo sus muslos admira- bles, me dieron enormemente que pensar, y recordé estas palabras del poeta:


¡Virgen deseada, para que yo adivine tus tesoros ocultos, procura levantarte la ropa hasta el nacimiento de tus muslos, joh alegria de mis sentidos! ¡Después, tiéndeme la copa fértil del placer!