vino. Y en tal estado me acudió el deseo de ir á de- rramar el alma de mi alma en el seno de mi amiga. Me dirigía, pues, hacia su casa, cuando, al atra- vesar una calleja llamada el Callejón de la Flauta, vi avanzar hacia mí á una vieja que llevaba en la mano un farol para alumbrar el camino y una carta en un rollo. Me detuve, y la anciana, después de haberme deseado la paz, me dijo...
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y no quiso abusar de las palabras permitidas.
PERO CUANDO LLEGÓ LA 122.a NOCHE
Ella dijo:
...y la anciana, después de haberme deseado la paz, me dijo: «Hijo mío, ¿sabes leer?» Y yo contesté: «Si, mi buena tía.» Ella me dijo: «Entonces te ruego que cojas esta carta y me leas su contenido. » Y me alargó la carta. Yo la cogí, la abrí y lei el conteni- do. Decía que el firmante de ella estaba bien de salud, y mandaba recuerdos y un saludo á su her- mana y á sus parientes. Al oirlo, levantó la vieja los brazos al cielo é hizo votos por mi prosperidad, pues le anunciaba tan buena nueva. Y exclamó: «¡Plegue á Alah que te alivie de todas tus penas,