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LOS TRAGALUCES DEL SABER...

y Kufa, en el Irak, había entrado en Medina, donde, vestido con un traje tan usado que tenía hasta doce pedazos, se pasaba el día en las gradas que conducen à la mezquita, escuchando las querellas de los últimos de sus súbditos, y haciendo justicia á todos por igual, al emir lo mismo que al camellero.

Y he aquí que, por aquel entonces, el rey Kaissar Heraclio, que gobernaba á los rumis de Constantinia, le envió un embajador, con encargo secreto de juzgar por sus propios ojos los medios, fuerzas y acciones del emir de los árabes. Así es que, cuando aquel embajador entró en Medina, preguntó á los habitantes: «¿Dónde está vuestro rey?» Y ellos contestaron: «¡Nosotros no tenemos rey, porque tenemos un emir! ¡Y es el Emir de los Creyentes, el califa de Alah, Omar ibn Al-Khattab!» Él preguntó: «¿Dónde está? ¡Llevadme á él!» Ellos contestaron: «Estará haciendo justicia, ó acaso descansando.» Y le indicaron el camino de la mezquita.

Y el embajador de Kaissar llegó á la mezquita, y vió á Omar dormido al sol de la siesta en las gradas ardientes de la mezquita, descansando la cabeza en la misma piedra. Y le corría por la frente el sudor, formando un amplio charco en torno á su cabeza.

Al ver aquello, descendió el temor al corazón del embajador de Kaissar, que no pudo por menos de exclamar: «¡He ahí, como un mendigo, al hombre ante quien inclinan su cabeza todos los reyes