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LOS TRAGALUCES DEL SABER...

dulcemente y dijo á su vez: «¡Oh! mi marido es Malik Abu-Zar, el excelente Abu-Zar, conocido de todas nuestras tribus. Me conoció siendo yo hija de una familia pobre que vivia con apuro y estrechez, y me condujo á su tienda de hermosos colores, y me enriqueció las orejas con preciosas arracadas, el pecho con hermosos adornos, las manos y los to- billos con hermosas pulseras, y los brazos con ro- bustas redondeces. Me ha honrado como á esposa, y me ha llevado á una morada donde resuenan sin cesar las vivaces canciones de las tiorbas, donde chispean las hermosas lanzas samharianas de más- tiles derechos, donde sin cesar se oyen los relin- chos de las yeguas, los gruñidos de las camellas reunidas en parques inmensos, el ruido de la gente que pisa y apalea el grano, los gritos confundidos de veinte rebaños. Al lado suyo, hablo á mi antojo, y jamás me reprende ni me censura. Si me acues- to, no me deja jamás en la sequía; si me duermo, me deja hasta muy tarde. Y ha fecundado mis flan- cos, y me ha dado un hijo, ¡qué admirable hijo! tan pequeño, que su boquita parece el intersticio que deja vacío un junquillo arrancado del tejido de la estera; tan bien educado, que bastaría á su apetito lo que un cabrito pace de un bocado; tan encanta- dor, que cuando anda y se balancea con tanta gra- cia en los anillos de su pequeña cota de malla, arrebata la razón de los que le miran. ¡Y la hija que me ha dado Abu-Zar es deliciosa, sí, es deli- ciosa la hija de Abu-Zar! Es el orgullo de la tribu.