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LOS TRAGALUCES DEL SABER...

Hind, ¿qué crees que haría tu marido Hojjr si su- piera que en este momento estoy á tu lado, de dulce charla?» Y contestó Hind: «¡Por la muerte! corre- ria sobre tu pista como un lobo, y no interrumpi- ría su carrera hasta llegar hasta las tiendas rojas, hirviente, lleno de cólera y de rabia, impaciente de venganza, echando espuma por la boca como un camello que de camino comiese hierbas amargas.» Y al oir estas palabras de Hind, Ziad sintió celos, y dando una bofetada á su cautiva, le dijo: <<¡Ah! ya te comprendo. Te gusta Hojjr, ese fiero animal, le amas, y quieres humillarme.» Pero Hind protestó vivamente, diciendo: «Por nuestros dioses Lat y Ozzat, juro que jamás he detestado á un varón tanto como detesto á mi esposo Hojjr. Pero, puesto que me interrogas, ¿por qué ocultarte mi pensa- miento? En verdad que nunca vi hombre más vi- gilante y más circumspecto que Hojjr, lo mismo cuando duerme que cuando vela.» Y Ziad le pre- guntó: «¿Cómo es eso? Explicate. » Entonces dijo Hind: «Escucha. Cuando Hojjr está bajo el poder del sueño, tiene un ojo cerrado, pero el otro abier- to, y la mitad de su ser está despierto. Y es esto tan verdad, que una noche entre las noches, mien- tras dormía él á mi lado y yo velaba su sueño, he aquí que una serpiente negra apareció de pronto debajo de la estera, y fué derecha á su rostro. Y Hojjr, sin dejar de dormir, desvió instintivamente la cabeza. Y la serpiente se deslizó hacia la palma abierta de la mano. Y Hojjr cerró la mano al pun-