¡Si; que nuestras divinidades, hija mía, te preserven de maridos como yo! ¡Porque yo soy y hago otra cosa!
¡Sabido es, en efecto, quién soy, y que si mi mano está fuerte, es para tareas mucho más serias!
¡Sabido es por doquiera que, en las grandes crisis, ni me encadena la lentitud ni me arrebata la precipitación, y que en toda ocasión tengo prudencia y cordura!
¡Sabido es por doquiera que, en mi tribu, por respeto á mí, nadie pregunta al huésped que alojo, y á mis protegidos jamás se les inquieta en sus noches!
¡Sabido es, finalmente, que, en los meses famélicos de sequía, cuando las mismas nodrizas se olvidan de sus mamones, mis tiendas rebosan comida y mi hogar chisporrotea!
Guárdate, pues, de tomar un marido como yo y de hacer hijos como yo!
¡Tú, ¡oh Khansa! anhelas tener por marido——y en verdad que haces bien——á un jayán de piernas patosas que, por la noche, sepa maniobrar en el estiércol de los rebaños!
¡Porque declaras, querida mía, que Doreid es viejo, demasiado viejo! ¿Acaso te había él dicho que naciese ayer?
Cuando se difundieron estos versos por las tribus, de todas partes aconsejaron á Tumadir que aceptara por marido á aquel Doreid de mano generosa, de fantasía sin par. Pero ella no volvió de su acuerdo.
Acaeció, entretanto, que en un encuentro san-