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LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE

con tu calamitosa esposa Fattumah la Boñiga ca- liente. Pero doy gracias á Alah el Altisimo por ha- berme impedido conducirme contigo ¡oh mi señor! de otro modo que como lo he hecho.» Y Maruf la abrazó, la dió la respuesta oportuna, y le entregó un traje magnífico y un collar formado por diez sartas de cuarenta perlas huérfanas, gordas como huevos de paloma, y pulseras para las muñecas y para los tobillos, labradas por magos. Y al ver to- dos aquellos objetos tan hermosos, la princesa que- dó muy complacida, y exclamó: «¡En verdad que reservaré solamente para los dias de fiesta este her- moso traje y estos atavios!» Y Maruf sonrió y le dijo: «¡Oh querida mía, no te preocupes de eso! Cada día te daré nuevos trajes y nuevos atavíos, hasta que desborden tus armarios y tus cofres estén lle- nos hasta los bordes.» Y á continuación se pusieron á hacer hasta por la mañana su cosa acostumbrada.

Pero aún no había salido él del mosquitero, cuando oyó la voz del rey, que quería entrar. Y se apresuró á abrirle, y le vió trastornado y con el rostro amarillo y en actitud aterrada. Y le hizo en- trar con precaución y sentarse en el diván; y la princesa levantóse, muy emocionada por aquella visita inesperada y por el aspecto de su padre, y se apresuró á rociarle con agua de rosas para calmarle y hacerle recobrar la palabra. Y cuando por fin pudo expresarse el rey, dijo á Maruf: «¡Oh hijo mio! jay! ¡soy portador de malas noticias; pero es pre- ciso que te las diga para que estés advertido de la