consabido. No obstante, quisiera verle con los ojos de mi cara antes de confiarle esas funciones. >>
En cuanto oyó estas palabras de su padre, la princesa Almendra voló en alas de la alegria ha- cia el bienaventurado Jazmín, y cogiéndole de la mano, le condujo al palacio. Y dijo al rey: <Aquí tienes joh padre mío! à este pastor excelente. Su báculo es sólido y su corazón firme.» Y el rey Akbar, que estaba dotado de sagacidad, fácilmente advirtió que el joven que le presentaba su hija Al- mendra no era de la especie de los que guardan rebaños. Y en lo profundo de su alma quedó lleno de perplejidad. Sin embargo, para no apenar á su hija Almendra, no quiso ponerse pesado ni insistir sobre esos detalles, que tenian su importancia. Y la amable Almendra, que adivinaba lo que pasaba por el espíritu de su padre, le dijo con voz pronta ya á conmoverse y juntando las manos: «Lo ex- terno joh padre mio! no es siempre indicio de lo interno. Y te aseguro que este joven es un pastor de leones.» Y de buen ó mal grado, el padre de Almendra, por contentar á aquella amable y en- cantadora criatura, puso en sus propios ojos el dedo del consentimiento, y á medianoche nombró al prín- cipe Jazmín pastor de sus rebaños...
En este momento de su narración, Schahrazada
vió aparecer la mañana, y se calló discretamente,
como de costumbre.
Y su hermana, la tierna Doniazada, que se había