seà, joh luz de los ojos! explicate sin temor, con- fiándote á tu padre.» Y tras de vacilar unos ins- tantes, la gentil Almendra levantó la cabeza y pro- nunció ante su padre un hábil discurso, diciendo: ¡Oh padre mío! dispensa á tu hija que venga å esta hora de la noche á turbar el sueño de tus ojos. Pero he aquí que he recobrado las fuerzas de la salud después de un paseo nocturno, con mis don- cellas, por la pradera. Y vengo à decirte que he notado que nuestros rebaños de bueyes y de ovejas están mal cuidados y mantenidos de mala manera. Y he pensado que si yo encontrara un servidor digno de tu confianza te lo presentaria, y tú le en- cargarías de guardar nuestros rebaños. Pues bien; por una feliz casualidad, al instante he encontrado á ese hombre activo y diligente. Es joven, bien in- tencionado, dispuesto a todo, y no teme fatigas ni penas; porque la pereza y la indolencia están á va- rias parasangas de él. Encárgale, pues, ¡oh padre mio! de nuestros bueyes y de nuestras ovejas.»
Cuando el rey Akbar hubo oido el discurso de su hija, se asombró hasta el límite del asombro, y permaneció un momento con los ojos muy abiertos. Luego contestó: «¡Por vida mía! nunca he oido de- cir que se contratara á medianoche á los pastores de rebaños. Es la primera vez que nos sucede se- mejante cosa. Sin embargo, ¡oh hija mía! en vista del placer que proporcionas á mi corazón con tu curación súbita, accedo gustoso á tu demanda y acepto para pastor de nuestros rebaños al joven