de bueyes por el ya trazado surco. Pero, apenas había hecho dar unos pasos á los bueyes, la reja del arado chocó de pronto, con un ruido singular, contra algo que oponía resistencia; y arrastrados por el propio esfuerzo, los bueyes cayeron de rodillas. Y Maruf, dando voces, hizo levantarse á los animales, y los fustigó vivamente para vencer la resistencia. Pero, á pesar del enorme tirón que dieron los bueyes, la reja no se movió ni una pulgada, y quedó encajada en el suelo como si esperase al día del Juicio.
Entonces Maruf se decidió á examinar en qué podía consistir aquello. Y cuando levantó la tierra, observó que la punta de la reja se había enganchado en una fuerte anilla de cobre rojo sujeta á una losa de mármol, casi á ras de la tierra.
E impulsado por la curiosidad, Maruf intentó mover y levantar aquella losa de mármol. Y después de algunos esfuerzos, acabó por conseguir desencajarla y correrla. Y debajo vió una escalera con peldaños de mármol que conducia á una cueva de forma cuadrada que tenía la amplitud de un hammam. Y Maruf, pronunciando la fórmula del «bismilah », bajó á la cueva y vió que la componian cuatro salas consecutivas. Y la primera de aquellas salas estaba llena de monedas de cro desde el suelo hasta el techo; y la segunda estaba llena de perlas, de esmeraldas y de coral, también desde el suelo hasta el techo; y la tercera, de jacintos, de rubies, de turquesas, de diamantes y de pedrerías de todos