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EL FIN DE GIAFAR Y DE LOS BARMAKIDAS

¡El primero, Massrur! Pues bien; es el espía de mi hijo preferido El-Mamún. Mi médico Gibrail Bakh- tiassú es el espía de mi hijo El-Amin. Y así sucesi- vamente ocurre con todos los demás. » Y añadió:

  • ¿Quieres saber ahora hasta dónde llega la sed de

reinar que tienen mis hijos? Voy á dar orden de que me traigan una cabalgadura, y ya verás cómo, en lugar de presentarme un caballo dulce y vigoroso á la vez, me traen un animal agotado, de trote des- igual, à propósito para aumentar mi sufrimiento. >> Y en efecto, cuando pidió un caballo Al-Rachid, se lo llevaron tal y como se lo había descrito á su con- fidente. Y lanzó una triste mirada á El-Tabari, y aceptó con resignación la cabalgadura que le pre- sentaban.

Y algunas semanas después de este incidente, vió Al-Rachid, durante su sueño, una mano exten- dida encima de su cabeza; y aquella mano tenía un puñado de tierra roja; y gritó una voz: «¡Esta es la tierra que debe servir de sepultura á Harún!» Y preguntó otra voz: «¿Cuál es el lugar de su se- pultura?» Y la primera voz contestó: «¡La ciudad de Tus!»

Al cabo de unos días, los progresos de su dolen- cia obligaron á Al-Rachid ȧå detenerse en Tus. Y dió muestras de viva inquietud, y envió á Massrur á buscar un puñado de tierra de los alrededores de la ciudad. Y transcurrida una hora de tiempo, vol- vió el jefe de los eunucos llevando un puñado de tierra de color rojo. Y Al-Rachid exclamó: «¡No hay