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EL FIN DE GIAFAR Y DE LOS BARMAKIDAS

venganza. Dió orden de que en un extremo del puente de Bagdad se crucificase el cuerpo decapi- tado de Giafar y que se expusiera la cabeza en el otro extremo: suplicio que superaba en degrada- ción y en ignominia al de los más viles malhecho- res. Y también ordenó que al cabo de seis meses se quemasen los restos de Giafar sobre estiércol de ganado y se arrojasen á las letrinas. Y se eje- cutó todo.

Así es que joh piedad y miseria! el escriba Am- rani pudo escribir en la misma página del registro de cuentas del tesoro: «Por un ropón de gala, dado de regalo por el Emir de los Creyentes á Giafar, hijo de Yahia Al-Barmaki, cuatrocientos mil dina- res de oro.» Y poco tiempo después, sin ninguna adición, en la misma página: «Nafta, cañas y es- tiércol para quemar el cuerpo de Giafar ben Yahia, diez dracmas de plata.»

Este fué el fin de Giafar. En cuanto á Yahia, su padre, esposo de la nodriza de Al-Rachid, y á El- Fadl, su hermano, hermano de leche de Al-Rachid, se les detuvo al día siguiente, con todos los Barma- kidas, que, en número de unos mil, ocupaban car- gos y empleos. Y se les arrojó, revueltos, al fondo de infectos calabozos, mientras sus inmensos bie- nes eran confiscados y sus mujeres y sus hijos erraban sin asilo y sin que nadie osara mirarlos. Y unos murieron de inanición, y otros por estran- gulación, excepto Yahia, su hijo El-Fadl y el her- mano de Yahia, Mohammad, que murieron en las