de todos los sinsabores que se habían hecho sufrir á Al-Mamún, en vida de su padre Al-Rachid y de su hermano El-Amin, no eran otras que las de la propia Sett Zobeida, esposa de Al-Rachid. Así es que cuando Zobeida se enteró del fin lamentable de su hijo, pensó primero refugiarse en el territorio sagrado de la Meca, para rehuir la venganza de Al-Mamún. Y estuvo dudando mucho tiempo qué partido tomar. Luego decidióse bruscamente á entregar su suerte entre las manos de aquel á quien había hecho desheredar y gustar durante largo tiempo la amargura de la mirra. Y le escribió la carta siguiente:
«Toda culpa, ¡oh Emir de los Creyentes! por muy grande que sea, resulta poca cosa mirada por tu clemencia, y todo crimen se torna en simple error ante tu magnanimidad.
»La que te envía esta súplica te ruega que recuerdes una memoria cara, y perdones, pensando en el que se mostraba tierno con la suplicante de hoy.
»Por tanto, si quieres apiadarte de mi debilidad y de mi desamparo, y ser misericordioso con quien no merece misericordia, obrarás de acuerdo con el espíritu del que, si todavía estuviera con vida, habría sido mi intercesor contigo.
»¡Oh hijo de tu padre! acuérdate de tu padre; y no cierres tu corazón á la plegaria de la viuda abandonada.»