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LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE

tado, acaso asustado?» Y contesté: «Solamente ¡oh Emir de los Creyentes! nos habéis asustado á mí y á los que he dejado en casa. ¡Por vida de tu cabeza, que todos estábamos azorados!» Y el califa me dijo con bondad: «Siéntate, ¡oh padre de la ley!» Y me senté, ligero, libre de mis aprensiones y de mi miedo.

Y al cabo de algunos instantes, el califa me dijo: «¡Oh Yaçub! ¿sabes por qué te hemos llamado aquí á esta hora de la noche?» Y contesté: «No lo sé, ¡oh Emir de los Creyentes!» Me dijo él: «¡Escucha, pues!» Y mostrándome á su chambelán Issa, me dijo: «Te he hecho venir ¡oh Abu-Yussef! para ponerte por testigo del juramento que voy á prestar. Has de saber, en efecto, que Issa, á quien ves aquí, tiene una esclava. Yo he pedido á Issa que me la ceda; pero él se ha excusado. Le he pedido entonces que me la venda; pero se ha negado. Pues bien; ante ti, ¡oh Yacub! que eres el kadi supremo, juro por el nombre de Alah el Altísimo, el Exaltado, que si Issa persiste en no querer cederme su esclava de una manera ó de otra, le haré matar sin remisión al instante.»

Entonces yo, seguro del todo por lo que á mi afectaba, me encaré en actitud severa con Issa y le dije: «¿Qué cualidades ó qué virtud extraordinaria ha dado, pues, Alah á esa muchacha, esclava tuya, para que no quieras cedérsela al Emir de los Creyentes? ¿No ves que con tu negativa te pones en la situación más humillante, y que te degradas y te rebajas?» Y sin mostrarse conmovido por mis