fisonomía hermosísima y un continente impregnado de nobleza y de gravedad. Y después de las zale- mas por una y otra parte, me incliné discretamente hacia el visir El-Fadl, y le pregunté el nombre de aquel jeique hedjaziense que me gustaba y á quien no había visto nunca. Y me contestó el visir. <<Es el nieto del viejo poeta músico y cantor del Hedjaz, Maabad, cuya fama conoces,» Y como yo me mos- trara satisfecho de conocer al nieto de aquel viejo Maabad á quien tanto hube de admirar en mi juven- tud, El-Fadl me dijo al oído: «¡Oh Ishak! el jeique del Hedjaz que aquí ves, si te muestras amable con él, te dará á conocer y aun te cantará todas las composiciones de su abuelo. Es complaciente y está dotado de hermosa voz.»
Entonces yo, queriendo experimentar su mé- todo y aprenderme de memoria los cantos antiguos que habían encantado mis años jóvenes, me mos- tré lleno de consideraciones para el hedjaziense; y tras de una amigable charla sobre diferentes cosas, le dije: «¡Oh nobilisimo jeique! ¿puedes recordarme cuántos cantos ha compuesto tu abuelo, el ilustre Maabad, honor del Hedjaz?» Y me contestó: <¡Se- senta, ni uno más ni uno menos!» Y le pregunté:
- ¿Sería pesar demasiado sobre tu paciencia rogarte
que me dijeras cuál de esos sesenta cantos es el que más te gusta por su compás ó por otros moti- vos?» Y me contestó: «Sin duda, y en todos senti- dos, el canto cuadragésimo tercero, que empieza con este verso: