go; así debe ser.» Entonces la encantadora canta- rina desató el magnifico collar que llevaba, y que le habia regalado el califa, y me lo puso al cuello, diciéndome: «¡Acéptalo como don de mi reconoci- miento, y dispénsame que sea tan poca cosa! >> Y precisamente aquel collar era el que de nuevo re- cibo hoy como presente de tu generosidad, ¡oh Emir de los Creyentes!
»He aquí ahora cómo salió de mi mano aquel collar, para volver á mi hoy...
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ LA 986. NOCHE
Ella dijo:
>>...He aquí ahora cómo salió de mi mano aquel collar, para volver á mi hoy, y por qué he llorado al verlo.
»En efecto, después de haber pasado cierto tiem- po cantando, cuando refrescó la brisa del lago, El- Walid se levantó y nos dijo: «Embarquémonos para pasear por el agua.» Y al punto acudieron unos ser- vidores que estaban distanciados, y trajeron una barca. Y el califa pasó á la barca el primero; luego