tus dias! Mi señor Al-Hadi acaba de morir.» Y Khaizarán le dijo: «Está bien. Pero ¡oh Massrur! guarda secreto sobre esta noticia y no divulgues este acontecimiento súbito. Y ahora ve cuanto antes en busca de mi hijo Al-Rachid y tráemele.»
Y Massrur fué en busca de Al-Rachid, y le encontró acostado. Y le despertó, diciéndole: «¡Oh mi señor! mi señora te llama al instante.» Y Al-Rachid exclamó, trastornado: «¡Por Alah! mi hermano Al-Hadi le habrá vuelto á hablar en contra mía, y le habrá revelado algún complot tramado por mi, y del que jamás haya tenido yo idea.» Pero Massrur le interrumpió, diciéndole: «¡Oh Harún! levántate en seguida y sigueme. Calma tu corazón y refresca tus ojos, porque todo va por buen camino, y no encontrarás mas que éxitos y alegría.
Acto seguido, Harún se levantó y se vistió. Y al punto Massrur se prosternó ante él, y besando la tierra entre sus manos, exclamó: «La zalema contigo, ¡oh Emir de los Creyentes, imán de los servidores de la fe, califa de Alah en la tierra, defensor de la ley santa y de lo impuesto por ella!» Y Harún, lleno de asombro y de incertidumbre, le preguntó: «¿Qué significan esas palabras, ¡oh Massrur!? Hace un momento me llamabas por mi nombre sencillamente, y al presente me das el titulo de Emir de los Creyentes. ¿A qué debo atribuir estas palabras contradictorias y un cambio de lenguaje tan imprevisto?» Y Massrur contestó: «¡Oh mi señor! ¡toda vida tiene su destino y toda existencia su término!