Llamábamos la Azul á esta joven morena porque en su labio había una encantadora sombra de bozo azulado, semejante á un pequeño trazo de almizcle que hubiera paseado por alli graciosamente una pluma de escriba experto ó la mano ligera de un iluminador. Y cuando yo le daba lección, era ella muy jovencita, una jovenzuela recientemente desarrollada, con dos pechitos incipientes que alzaban y separaban un poco su ligero vestido, alejándole del seno. Y el mirarla arrebataba; era para trastornar el espíritu, deslumbrar los ojos, quitar la razón. Y cuando iba ella á una reunión, aunque la compusiesen las más renombradas bellezas de Kufah, no había miradas mas que para Salamah; y bastaba que apareciese ella para que se exclamase: ¡Ah! Ahí está la Azul.» Y se la amó apasionadamente, hasta la locura, pero sin objeto, por todos los que la conocían y por mí mismo. Y aunque era mi discípula, yo era para ella un humilde súbdito, un servidor obediente, un esclavo á sus órdenes. Y si me hubiera pedido orchilla humana, habría ido yo á buscarla en todos los cráneos de ahorcados, en todos los huesos mohosos del mundo...
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LOS TRAGALUCES DEL SABER...
En este momento de su narración, Schahrazada
vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.