Cuando estuvo ella lejos, el ghul, que no la había reconocido, percibió el olor de la joven con su olfato de ghul, y se dijo: «¿Cómo es posible que el olor de Dalal resida en esa vieja vendedora de altramuces? ¡Por Alah, voy á ver á qué obedece!» Y gritó: «¡Eh, vendedora de altramuces! ¡eh, la de los alfónsigos!» Pero como la vendedora no volvía la cabeza, se dijo él: ¡Más vale que vaya á enterarme en el hammam!» Y fué á preguntar á la celadora: «¿Por qué tarda en salir la señora que te he confiado?» La celadora contestó: «En seguida saldrá con las demás señoras, que no se van hasta la noche, porque están ocupadas en depilarse, en teñirse los dedos con alheña, en perfumarse y en trenzarse los cabellos.»
Y el ghul se tranquilizó, y de nuevo fué á sentarse á la puerta. Y esperó que salieran del hammam todas las señoras. Y la celadora de la puerta salió la última, y cerró el hammam. Y el ghul le dijo: «¡Eh! ¿qué haces? ¿Vas á dejar encerrada á la señora que te he confiado?» La mujer dijo: «Pero si ya no hay nadie en el hammam, á no ser la vieja vendedora de altramuces, á quien dejamos dormir todas las noches en el hammam, porque no tiene una yacija.» Y el ghul cogió á la celadora por el cuello, y la zarandeó y estuvo á punto de estrangularla. Y le gritó: <¡Oh alcahueta! ¡tú responderás de la señora! ¡Y á ti te la exigiré!» Ella contestó: «Yo soy celadora de ropas y babuchas, pero no celadora de mujeres.» Y como le apretara él más fuerte el cue-