á la cabeza el cuenco de altramuces y alfónsigos tostados. Y las jóvenes le compraron de aquello, quién una piastra, quién media piastra, quién dos piastras. Y al fin, por distraerse un poco comiendo alfónsigos y altramuces, la entristecida Dalal también llamó á la vieja vendedora, y le dijo: «Ven, ¡oh tía mía! y dame solamente una piastra de altramuces.» Y la vendedora se acercó y se sentó y llenó de altramuces la medida de cuerno de una piastra. Y Dalal, en vez de darle una piastra, le puso en la mano su collar de perlas, diciéndole: «Tia mía, toma esto para tus hijos.» Y como la vendedora se deshiciera en cumplimientos y besamanos, Dalal le dijo: «¿Querrias darme tu cuenco de altramuces y los vestidos rotos que llevas, y tomar de mí, en cambio, esta tina de oro para baño, mis alhajas, mis trajes y este envoltorio de ropas preciosas?» Y la vieja vendedora, sin poder creer en tanta generosidad, contestó: «¿Por qué, hija mía, te burlas de mi, que soy pobre?» Y Dalal le dijo: «¡Mis palabras para contigo son sinceras, vieja madre mía!» Entonces la vieja se quitó sus vestiduras y se las dió. Y Dalal se vistió con ellas en seguida, se puso el cuenco de altramuces á la cabeza, se envolvió con el velo azul hecho jirones, se ennegreció las manos con el barro del piso del hammam, y salió por la puerta en que estaba sentado su esposo el ghul, gritando con voz temblona: «¡Altramuces asados, que distraen! ¡Alfónsigos tostados, que divierten!», como hacen las vendedoras de profesión.
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LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE