el mercader le dijo: «¡Oh señora! Desde esta mañana estás sentada aquí. ¿Por qué?» Ella contestó: «Soy extranjera. No conozco á nadie en esta ciudad. Y no he comido ni bebido nada desde hace dos dias.» Entonces el mercader llamó á su negro, y le dijo: «Coge á esa dama y condúcela á casa. Y di en casa que le den de comer y de beber.» Y el negro. la cogió y la condujo á la casa, y dijo á su ama, la esposa del mercader: «Mi amo te encarga que des de comer y de beber bien á esta dama.» Y la mujer del mercader miró á Yasmina, y la vió, y se puso celosa, porque la otra era más bella. Y se encaró con el negro y le dijo: «Está bien. Haz subir á esta dama al desván que hay encima de la terraza.» Y el negro cogió á Yasmina de la mano, y la hizo subir al desván consabido que habia encima de la terraza.
Y allí permaneció Yasmina hasta la noche, sin que la mujer del mercader se ocupase de ella en manera alguna, ni para darle de comer ni para darle de beber. Entonces Yasmina, la dama de los árabes, se acordó del frasco de cobre rojo que llevaba al brazo, y se dijo: «¡Vamos á ver si por acaso hay dentro de él un poco de agua que beber!» Y pensando así, cogió el frasco y quitó el tapón. Y al punto salieron del frasco una tina con su jarro. Y Yasmina se lavó las manos. Luego alzó los ojos y vió salir del frasco una bandeja llena de manjares y bebidas. Y comió y bebió y se satisfizo. Entonces volvió á destapar el frasco, y salieron de él diez jó-