en el palacio, se puso gorda otra vez y cesó de desmejorarse. Y mientras estaba un día acodada á su ventana, mirando al mar, un pescador fué á echar su red al pie del palacio. Y cuando la retiró, no vió dentro mas que guijarros y conchas. Y se enfadó mucho. Entonces Yasmina le dirigió la palabra, y le dijo: «¡Oh pescador! Si quieres echar la red al mar en nombre mío, te daré un dinar de oro por el trabajo.» Y el pescador contestó: «Está bien, ¡oh señora!» Y echó la red al mar en nombre de Yasmina, la dama de los árabes; la sacó, y después de arrastrarla hasta si, encontró en ella un frasco de cobre rojo. Y se lo enseñó á Yasmina, quien al punto se envolvió en la colcha como en un velo, y bajó hasta donde estaba el pescador y le dijo: «Toma, aquí tienes el dinar, y dame el frasco.» Pero el pescador contestó: «No, ¡por Alah! no tomaré el dinar á cambio de este frasco, sino que he de darte un beso en la mejilla.»
Y he aquí que en el mismo momento en que hablaban juntos de tal suerte, los encontró el rey. Y cogió al pescador, y le mató con su espada, y tiró el cuerpo al río. Luego se encaró con Yasmina, la dama de los árabes, y le dijo: «Y á ti tampoco quiero verte más. ¡Vete donde quieras!»
Y ella se marchó. Y caminó con hambre y sed durante dos días y dos noches. Y entonces llegó á una ciudad. Y se sentó á la puerta de la tienda de un mercader, quedándose alli desde por la mañana hasta la hora de la plegaria de mediodía. Entonces