tapices de seda verde, sobre los cuales caminará para venir á tu palacio. Y ya verás entonces cuán graciosamente anda.» Y el rey le dijo: Está bien.» Y mandó comprar, á costa de la fortuna de su visir y á despecho de su nariz, todos los tapices de seda verde que había en el zoco de los tapices, y los mandó extender por tierra hasta la dahabieh.
Entonces la princesa de la Tierra Verde salió de la dahabieh, y caminó por los tapices de seda, vestida de verde y contoneándose de un modo que arrebataba la razón. Y el rey la vió, la admiró y se quedó enamorado de su belleza. Y cuando entró ella en el palacio, le dijo: «Voy á hacer extender esta misma noche mi contrato de matrimonio contigo.» Y la joven le dijo entonces: «Está bien. Pero si quieres casarte conmigo, devuélveme la sortija que se me cayó del dedo en el río. Y después haremos el contrato y te casarás conmigo.»
Y he aquí que el salmonete le había dado aquella sortija á su amigo Mohammad el Avispado, hijo del pescador.
Y el rey llamó al visir, y le dijo: «Escucha. A esta dama se le ha caído del dedo, en el río, una sortija. ¿Qué haremos ahora? ¿Y quién podrá devolvérnosla?» Y el visir contestó: «¡Y quién va á poder devolverla mas que Mohammad, el hijo del pescador, ese maldito, ese efrit!» Claro es que no hablaba así mas que para hacer caer al mozo en una trampa sin salida. Así es que el rey mandó buscarle á toda prisa. Y cuando llegó el niño le dijeron: «A esta