mera que tenía unos dátiles de una vara de largo cada uno. Así es que mi alma, que deseaba aquellos dátiles, me impulsó con violencia á ellos, y no pude resistir á sus apremios; y me subí á la palmera para coger uno ó dos ó tres ó cuatro dátiles y comérmelos. Pero en la palmera me encontré con unos felahs que sembraban semillas en la palmera, y segaban las espigas, en tanto que otros felahs trillaban trigo y lo desgranaban. Y caminando un poco más por la palmera, me encontré con un individuo que batía huevos en una era, y miré más atentamente y vi que de todos los huevos batidos en la era salían polluelos. Y los gallitos se iban por un lado y las pollitas por otro. Y me quedé allí mirándolos, y vi que crecían á ojos vistas. Entonces casé á los gallitos con las pollitas, dejándolos juntos tan contentos, y me marché á otra rama de la palmera. Y allí me encontré un burro que llevaba pasteles de sésamo; y como precisamente mi alma enloquecía por los pasteles de sésamo, cogí uno de aquellos pasteles y me lo tragué en dos ó tres bocados. Y cuando me lo comí, alcé los ojos, y me encontré fuera de la sandia. Y la sandía se cerró y volvió á quedar tan entera como antes. ¡Y esta es la historia que tenía que contaros!»
Cuando el rey oyó estas palabras del recién nacido en mantillas, le dijo: «Vaya, vaya, ¡oh jeque de los embusteros y corona suya! ¡Vaya, vaya, con el Avispado! ¡He ahí un tejido de falsedades! ¿Verdaderamente piensas que hemos creído ni una sola