pues, en vez de reirte de mi, levántate ¡oh visir! y tráeme un clavo grande. ¡Y la alfombra aparecerá ante vosotros en esta sala!»
Entonces se levantó el visir, riendo de la locura del pescador, cogió el clavo, y dijo al oído del portaalfanje: «¡Oh portaalfanje! Quédate á la puerta de la sala. Y como el pescador, cuando yo le entregue el clavo, no va á poder alfombrar la sala como deseo, sacarás el sable, sin esperar otra orden mía, y de un tajo harás volar su cabeza.» Y el portaalfanje contestó: «¡Está bien!» Y el visir entregó el clavo al pescador, diciéndole: «Haznos la alfombra ahora.»
Entonces el pescador clavó el clavo en un extremo de la sala, ató á él la punta del hilo del huso, y dió vuelta al huso, diciéndose: «Devana mi muerte, ¡oh maldito!» Y he aquí que se extendió y se desenrolló á lo largo de la sala, en todos sentidos, una alfombra magnífica que no tenía igual en el palacio. Y el rey y el visir se miraron asombrados durante una hora de tiempo, mientras el pescador permanecía tranquilo, sin decir nada. Luego el visir guiñó un ojo al rey con aire de suficiencia, y se encaró con el pescador y le dijo: «El rey está contento, y te dice: «Está bien.» Pero aún te pide otra cosa.» El pescador dijo: «¿Y qué cosa es esa?» El visir contestó: «El rey te pide y exige de ti que le traigas un niño. Y ese niño no debe tener mas que ocho días de edad. Y tiene que contará nuestro amo el rey una historia. ¡Y la tal historia ha