que yo se lo dé, el huso que ayer dejó olvidado en tu casa, con las prisas por volver á la suya antes de que se hiciese de noche, porque queremos amueblar y alfombrar una habitación por medio de ese huso. Y el pescador dijo á su mujer: «Está bien.»
Sin tardanza fué, pues, al pozo consabido, que estaba debajo del árbol torcido, miró al fondo, y gritó: «Tu querida amiga te envía la zalema por mediación mía, y te encarga que me entregues el huso que dejó olvidado en tu casa, porque queremos amueblar una habitación por medio de ese huso.» Entonces la que estaba en el pozo—¡sólo Alah la conoce!—le contestó, diciendo: «¿Acaso puedo rehusar algo á mi querida amiga? Toma, aquí tienes el huso, y ve á amueblar y alfombrar la habitación á tu gusto, valiéndote de él. Luego me lo traerás aquí.» Él dijo: «Está bien.» Y cogió el huso que vió salir del pozo, se lo echó al bolsillo, y tomó el camino de su casa, diciéndose: «Esa mujer me ha vuelto tan loco como ella.» Y continuó su camino, y llegó al lado de su mujer, y le dijo: «¡Oh hija del tio! ¡Aquí traigo el huso!» Ella le dijo: «Está bien. Vete ahora á buscar al visir que quiere tu muerte, y dile: «¡Dame un clavo grande!» Y te dará un clavo, y lo clavarás en un extremo de la sala, atarás á él el hilo de este huso, ¡y extenderás la alfombra con arreglo al largo y al ancho que quieras!» Y el pescador prorrumpió en exclamaciones, diciendo: «¡Oh mujer! ¿quieres que antes de mi próxima muerte las gentes se rían de mi razón y se burlen de mí,