«Has de saber ¡oh mi señor sultán! que, antes de aceptarme por esposo, la hija de mi tío (¡Alah la tenga en Su misericordia!) me dijo: «¡Oh hijo del tío! Si Alah quiere, nos casaremos; pero no podré tomarte por esposo mientras no aceptes de antemano mis condiciones, que son tres, ¡ni una más, ni una menos!» Y contesté: «¡No hay inconveniente! Pero ¿cuáles son?» Ella me dijo: «¡No tomarás nunca haschich, no comerás sandía y no te sentarás nunca en una silla!» Y contesté: «Por tu vida, ¡oh hija del tío! duras son esas condiciones. Pero, tales como son, las acepto de corazón sincero, aunque no comprendo el motivo á que obedecen.» Ella me dijo: «Pues son así. ¡Y pueden tomarse ó dejarse!» Y dije: «¡Las tomo, y de todo corazón amistoso!»
Y se celebró nuestro matrimonio, y se realizó la cosa, y todo pasó como debía pasar. Y vivimos juntos varios años en perfecta unión y tranquilidad.
Pero llegó un día en que mi espíritu anheló saber el motivo de las tres famosas condiciones relativas al haschich, á las sandias y á la silla; y me decía yo: «¿Pero qué interés puede tener la hija de tu tío en prohibirte esas tres cosas cuyo uso en nada puede lesionarla? ¡Ciertamente, en todo esto debe