desagraviado de haber perpetrado el supuesto robo en connivencia con la joven. Pero ¿qué has hecho tú de tu sabiduría y de tu jurisprudencia? ¿Y cómo, siendo rico como lo eres, y nutrido en las leyes, has echado sobre tu conciencia el dar asilo á una pobre mujer para engañarla, robándola y asesinándola tras de violentarla probablemente de la peor manera? ¡Por mi vida! Ese es un acto espantoso, del que hay que dar cuenta sin tardanza á nuestro señor el sultán. Porque no cumpliría con mi deber callándole la cosa; y como nada queda oculto, no dejaría de enterarse por otro conducto; y con ello perdería yo á la vez mi plaza y mi cabeza.»
Y el infortunado kadí, en el límite del asombro, permanecia delante de mi con los ojos muy abiertos, como si no oyera nada ni comprendiera nada de aquello. Y lleno de turbación y de angustia, seguía inmóvil, semejante á un árbol muerto. Porque, como en su espíritu se había hecho de noche, ya no sabía distinguir su brazo derecho de su brazo izquierdo, ni lo verdadero de lo falso. Y cuando estuvo un poco repuesto de su atontamiento, me dijo: «¡Oh capitán Moin! Se trata de un asunto oscuro que sólo Alah puede comprender. ¡Pero si quieres no divulgarlo, no te arrepentirás!» Y así diciendo, se dedicó á colmarme de consideraciones y miramientos. Y me entregó un saco que contenía tantos dinares de oro como los que él había perdido. Y de tal suerte compró mi silencio y extinguió un fuego cuyos estragos temía.