tero. Y se echó al lado de aquella tierna joven, pensando: «¡Soy yo mismo, Maruf, soy yo mismo, el antiguo remendón de calzado de la calle Roja del Cairo! ¿Dónde estaba y dónde estoy?» Y acto seguido tuvo lugar la refriega de piernas y de brazos, de muslos y de manos. Y se inflamó el combate. Y Maruf puso la mano en las rodillas de la joven, que se irguió al punto y refugióse en su regazo. Y el labio habló en su lengua á su hermano; y llegó la hora que hace olvidarse al niño de su padre y de su madre. Y la estrechó con fuerza contra él para exprimir toda la miel y que todas las libaciones. fuesen directas. Y le deslizó la mano por debajo de la axila izquierda, y al punto se enderezaron los músculos vitales de él y se ofrecieron las partes vitales de ella. Y apoyó él su mano izquierda en el pliegue de la ingle derecha de ella, y al punto gimieron todas las cuerdas de ambos arcos. Entonces la golpeó entre los dos senos, y de repente el golpe repercutió entre los dos muslos, no se sabe cómo. Y en seguida se ciñó á la cintura las dos piernas de la princesa, y empuntó al atrevido en las dos direcciones, gritando: «A mí, ¡oh padre de los besadores!» Y rellenó lo que tenia que rellenar, y encendió la mecha, y enhebró la aguja é hizo deslizarse á la anguila en el fuego que chisporrotea, utilizando todas las tranquillas, mientras sus ojos decían: «¡Brilla!», su lengua decía: «¡Chilla!», sus dientes decían: «¡Desportilla!», su mano derecha decía: «¡Haz cosquillas!», su mano izquierda decía: «¡Pi-
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LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE