PERO CUANDO LLEGÓ LA 962.ª NOCHE |
Ella dijo:
«...¡Loado sea Alah, que reune á los amigos! Yo soy Ali, tu camarada de la niñez, ¡oh Maruf! el hijo del jeque Ahmad el droguero de la calle Roja.»
Y después de los transportes de la más viva alegría por una y otra parte, le rogó que le contara cómo se encontraba en aquella playa. Y cuando se enteró de que Maruf había estado sin comer un día y una noche, le hizo subir con él á las ancas de su mula, y le transportó á su morada, que era un palacio espléndido. Y le trató magnificamente. Y á pesar del deseo que tenía de charlar con él, hasta el día siguiente no fué á verle, pudiendo al fin conversar con él largo y tendido. Y así fué cómo supo todos los tormentos que había sufrido el pobre Maruf desde el día de su matrimonio con su calamitosa esposa, y cómo había preferido dejar su tienda y su país á permanecer por más tiempo expuesto á las fechorías de aquella diablesa. Y también se enteró de la paliza que hubo de recibir su amigo, y de cómo naufragó y estuvo á punto de morir ahogado.
Y á su vez, Maruf se enteró por su amigo Alí de que la ciudad en que se encontraban actualmente era la ciudad de Khaitán, capital del reino de So-