en una falúa, colocándose de restaurador de velas, y confió su destino al Dueño de los destinos.
Al cabo de varias semanas de navegación, la falúa fué asaltada por una tempestad espantosa, y zozobró, hundiéndose en el fondo del mar el continente con el contenido. Y naufragó y murió todo el mundo. Y Maruf naufragó también, pero no murió. Porque Alah el Altísimo veló por él y le libró de ahogarse poniéndole al alcance de la mano un trozo del palo mayor. Y Maruf se agarró á él, y consiguió ponerse á horcajadas encima, gracias á los esfuerzos extraordinarios de que le hicieron capaz el peligro y el apego al alma, que es preciosa. Y se puso entonces á batir el agua con sus pies à manera de remos, en tanto que las olas jugueteaban con él y le hacían inclinarse tan pronto á la derecha como á la izquierda. Y así estuvo luchando contra el abismo durante un día y una noche. Tras de lo cual, le arrastraron el viento y las corrientes hasta la costa de un país en que se alzaba una ciudad de casas bien construidas.
Y en un principio quedó tendido en la playa sin movimiento y como desmayado. Y no tardó en dormirse con un sueño profundo. Y cuando se despertó, vió inclinado sobre él á un hombre magnificamente vestido, detrás del cual estaban dos esclavos con los brazos cruzados. Y el hombre rico miraba á Maruf con atención singular. Y cuando vió que se había despertado por fin, exclamó: «Loores á Alah, ¡oh extranjero! y bien venido seas á nuestra ciu-