leche. Y el genni, conmovido por la hermosura de aquella tierna planta del jardín de la elevación, le invitó á descansar junto á él. Y Nurgihán se apeó del caballo, y tomó de su alforja un pastel de manteca derretida con azúcar y harina de flor, y se lo ofreció, en prueba de amistad, al genni, que lo aceptó y sólo tuvo con ello para un bocado. Y quedó tan satisfecho de aquel alimento, que saltó de alegria, y dijo: «Este alimento de los hijos de Adán me da más gusto que si me hubiesen regalado el azufre rojo que sirve de piedra al anillo de nuestro señor Soleimán. Y estoy tan entusiasmado, ¡por Alah! que si cada pelo mio se convirtiera en cien mil lenguas, y cada una de esas lenguas se dedicara á alabarte, aún no expresaría yo la gratitud que por ti siento. Pideme, pues, en cambio, cuanto quieras, y lo cumpliré sin tardanza. De no hacerlo así, mi corazón parecería un plato que cayera desde lo alto de una terraza y se rompiera en añicos.»
Y Nurgihan dió gracias al genni por sus amables palabras, y le dijo: «¡Oh jefe de los genn y corona suya! ¡oh guardián celoso de esta selva! Puesto que me permites formular un deseo, helo aquí. Sencillamente pídote que me hagas llegar, sin tardanza ni dilación, al reino del rey FiruzSchah, donde cuento con coger la rosa marina de la joven de China.»
Al oír estas palabras, el genni guardián de la selva lanzó un frío suspiro, se golpeó la cabeza á dos manos, y perdió el conocimiento. Y Nurgihán