de la escuela, le dijo su padre: «Tu tía la reina está enferma, y no hay para ella otro remedio que el corazón de tu potro hijo de la yegua de raza.» El muchacho contestó: «No hay inconveniente. Pero joh padre mio! todavía no he montado ni una sola vez en mi potro. Quisiera montarle antes, y en cuanto lo haga, le degollarán y le sacarán el corazón.» Y dijo el rey: «Está bien.» Y el joven príncipe montó en su caballo ante toda la corte, y le lanzó á galope por el meidán. Y galopando de tal suerte, desapareció á los ojos de los hombres. Y echaron á correr jinetes detrás de él, pero no le encontraron.
Y así llegó á otro reino que el de su padre, acercándose al jardín del rey de aquel reino. Y el caballo le dió un mechón de sus crines y un pedernal, y le dijo: «Si me necesitas, quema una de estas crines, y al punto estaré á tu lado. Ahora vale más que me retire, ante todo porque tengo que comer, y además, para no importunarte en tus encuentros con tu destino.» Y se besaron y se separaron.
Y el joven príncipe fué en busca del jardinero mayor, y le dijo: «Soy extranjero aquí. ¿Me tomarás á tu servicio?» El jardinero le contestó: «Está bien. Precisamente necesito una persona que guíe al buey que da vueltas á la noria de regar.» Y el joven príncipe fué á la noria y se puso á guiar á buey del jardinero.
Aquel día se paseaban por el jardín las hijas del rey, y la más joven vió al muchacho que guiaba al