lida. Pero he aquí que cuando la joven vió á su enamorado subir por tercera vez en seguida de bajar, se dijo: «Voy á ir ahora á ver por qué se va y vuelve en seguida.» Y bajó del pabellón y se quedó detrás de la puerta que daba al jardín, para verle partir. Y el príncipe, al volverse, la vió asomar la cabeza por la puerta. Y retrocedió hasta ella, que estaba pálida y triste, y le dijo: «¡Sittukhán, Sittukhán! ¡ya no te veré más! ¡oh! ¡nunca más!» Y se marchó y salió con el visir para no volver más.
Entonces Sittukhán se dedicó á vagar por el jardín, llorando por sí misma y sintiendo no haber muerto realmente. Y mientras vagaba de aquel modo, vió que algo brillaba junto al agua. Y lo recogió y vió que era una sortija soleimánica. Y frotó la cornalina grabada que estaba engarzada en ella, y al punto le dijo la sortija: «Heme aquí á tus órdenes. Habla, ¿qué quieres?» La joven contestó: «¡Oh sortija de Soleimán! Deseo de ti un palacio al lado del palacio del príncipe que me ha amado, y dame una belleza mayor que mi belleza.» Y la sortija le dijo: «¡Cierra los ojos y ábrelos!» Y la joven cerró los ojos, y cuando los abrió, se encontró en un palacio magnífico erigido al lado del palacio del príncipe. Y se miró en el espejo, y quedó maravillada de su propia belleza.
Y fué á acodarse á la ventana en el momento en que pasaba por alli el príncipe á caballo. Y la vió sin reconocerla, y se fué enamorado. Y llegó al aposento de su madre, y le dijo: «¡Madre mia!