na.» Y fué al zoco de los huevos, abrigando esta intención.
Al pasar por el zoco de los orfebres y de los joyeros, se encontró con un judío conocido suyo, que le preguntó: «¿Qué llevas ahí?» El hombre contestó: «Una gallina con su huevo.» El judío le dijo: «¡Enséñamelo!» Y el tañedor de clarinete enseñó al judío la gallina y el huevo. Y el judío le preguntó: «¿Quieres vender ese huevo?» El hombre contestó: «Si.» El judío le dijo: «¿En cuánto?» El tañedor de clarinete contestó: «¡Habla tú el primero!» El judío dijo: «¡Te lo compro por diez dinares de oro! ¡No vale más!» Y dijo el pobre, creyendo que el judío se burlaba de él: «Te burlas de mí porque soy pobre; demasiado sabes que no es ese su precio.» Y el judío creyó que le pedía más, y le dijo: «¡Te ofrezco, como último precio, quince dinares!» El otro contestó: «¡Abra Alah!» Entonces el judío dijo: «Aquí tienes veinte dinares de oro nuevo. Los tomas ó los dejas.» Entonces el tañedor de clarinete, al ver que la oferta era seria, entregó el huevo al judío á cambio de los veinte dinares de oro, y se apresuró á volver la espalda. Pero el judío echó á correr detrás de él, y le preguntó: «¿Tienes muchos huevos así en tu casa?» El pobre hombre contestó: «Ya te traeré otro mañana, cuando haya puesto la gallina, y te lo daré en el mismo precio. ¡Pero á otro que tú no se lo vendería por menos de treinta dinares de oro!» Y el judío le dijo: «Enséñame tu casa, y todos los días iré por el huevo para que no