su padre el visir Chamseddin. Llegaba muy inquie- to. Estaba poseído de indignación por la injusticia del sultán obligándole á casar á la hermosa Sett El- Hosn con el palafranero jorobado. Y al entrar en las habitaciones de su hija, se dijo: «Como sepa que se ha entregado á ese inmundo jorobado, la mato.» Golpeó en la puerta de la cámara nupcial y lla- mó: «¡Sett El-Hosn!» Y desde dentro ella contestó: «¡Ya voy á abrir, padre mío!» Y levantándose en seguida, abrió la puerta. Parecía más hermosa que de costumbre, y mostraba resplandeciente el rostro y el alma, satisfecha por haber sentido las brio- sas caricias de aquel hermoso ciervo. E inclinan- dose ante su padre con coquetería, le besó las ma- nos. Pero su padre, al verla tan contenta, en lugar de encontrarla afligida por su unión con el joro- bado, le dijo: «¡Ah, desvergonzada! ¿Cómo te atre- ves á mostrarte con esa cara de alegría, después de haber dormido con el horrendo jorobeta?» Y Sett El-Hosn, al oirlo, se echó á reir, y exclamó: «¡Por Alah, padre mio, dejémonos de bromas! Bas- tante tengo con haber sido la irrisión de todos los invitados, á causa de mi supuesto marido, ese joro- bado que no vale ni la recortadura de una uña de mi verdadero esposo de esta noche. ¡Oh, qué noche! ¡Cuán llena de delicias junto á mi amado! Basta, pues, de bromas, padre mio. No me hables más del jorobado.» El visir temblaba de coraje escuchando á su hija, y sus ojos estaban azules de furor, y dijo: «¿Qué dices, desdichada? ¿No pasaste aquí la noche
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LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE