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LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE

bre de Alah!» para librarla del mal de ojo. Y des- pués se fueron, dejándola sola con su vieja nodriza, que antes de conducirla á la cámara nupcial tenía que aguardar que entrase primero el novio jorobado. Y el jorobado se levantó entonces de la tarima, y advirtiendo que Hassán no se movía de su asien- to, le dijo secamente: «En verdad, señor, que nos honraste mucho con tu presencia, colmándonos de beneficios esta noche. Pero ahora, para salir, no esperarás que te echen.» Entonces, el joven, que ignoraba lo que tenía que hacer, contestó: <¡En nombre de Alah!» Y levantándose salió. Pero ape- nas había franqueado los umbrales de la sala, se le apareció el efrit y le dijo: «¿Adónde vas, Badred- din? Detente y oye mis instrucciones. El jorobado acaba de marchar al retrete. Alli se las entenderá conmigo. Tú encaminate á la cámara nupcial, y cuando veas entrar á la novia, le dices: <<Tu ver- dadero marido soy yo. El sultán, de acuerdo con tu padre, ha empleado esta estratagema por temor al mal de ojo. Y en cuanto al palafrenero, que es el más miserable de los palafreneros, para indemni- zarle le están preparando en la caballeriza un buen jarro de leche cuajada para que refresque á tu sa- lud.» Luego te acercarás á ella, y quitándole el velo, harás con su persona lo que debes hacer.» Y dicho esto, desapareció el efrit. El jorobado había ido, efectivamente, al retrete para descargarse antes de entrar en la cámara de la novia. Y poniéndose de cuclillas sobre el már-