seddin, el visir de Egipto, y de su país y de sus parientes y de todos sus amigos del Cairo, y al re- cordarlos no pudo dejar de llorar por no haberlos vuelto á ver. Pero en seguida se acordó de que tenía que aconsejarle algo más á Hassán, y le dijo: «Hijo mío, conserva en tu memoria las palabras que voy á decirte, porque son muy importantes. Sabe que tengo en El Cairo un hermano llamado Chamseddin, que es tio tuyo, y además visir de Egipto. Hace tiempo que nos separamos algo disgustados, y yo estoy aquí, en Bassra, sin licencia suya. Voy, pues, á dictarte mis últimas disposiciones sobre esto. Toma un papel y un cálamo y escribe lo que dicte.» Entonces Hassán Badreddin cogió una hoja de papel, extrajo el tintero del cinturón, sacó del es- tuche el mejor cálamo, que era el que estaba mejor cortado, lo mojó en la estopa empapada en tinta que estaba dentro del tintero, se sentó, dobló el plie- go de papel sobre la mano izquierda, y cogiendo el cálamo con la derecha, le dijo á Nureddin: «¡Oh padre mio, escucho tus palabras!» Y Nureddin em- pezó á dictar: «En nombre de Alah el Clemente, el Misericordioso...» Y continuó dictando en seguida á su hijo toda su historia, desde el principio hasta el fin, y además le dictó la fecha de su llegada á Bassra, y de su casamiento con la hija del viejo visir, y le dicto su genealogía completa, sus ascen- dientes directos é indirectos, con sus nombres; el nombre de su padre y de su abuelo, su origen, su
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LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE