PERO CUANDO LLEGÓ LA 31.a NOCHE
Ella dijo:
He llegado á saber, ¡oh rey afortunado! que el barbero prosiguió su relato en esta forma: «Mi hermano Haddar, con su zib erguido,, em- pezó á perseguir á la joven, que, ligera, huía de él y se reía. Y las otras jóvenes y la vieja, al ver co- rrer á aquel hombre con su rostro pintarrajeado, sin barbas, ni bigotes, ni cejas, y erguido su zib hasta no poder más, se morían de risa y palmotea- ban y golpeaban el suelo con los pies. Y la joven, después de dar dos vueltas à la sala, se metió por un pasillo muy largo, y luego cruzó dos habitaciones, una tras otra, siempre perseguida por mi hermano, completamente loco. Y ella, sin dejar de correr, reía con toda su alma, moviendo las caderas. Pero de pronto desapareció en un recodo, y mi hermano fué á abrir una puerta por la cual creia que había salido la joven, y se encontró en medio de una calle. Y esta calle era la calle en que vi- vían los curtidores de Bagdad. Y todos los curti- dores vieron á El-Haddar afeitado de barbas, sin bigotes, las cejas rapadas y pintado el rostro como una ramera. Y escandalizados, se pusieron á darle