á tirarle cuanto vieron á mano: los almohadones, las frutas, las bebidas y hasta las botellas. Y la más bella de todas se levantó entonces y fué adoptando toda clase de posturas, mirando à mi hermano con ojos como entornados por el deseo, y después se fué despojando de todas sus ropas, hasta quedarse sólo con la finísima camisa y el amplio calzón de seda. Y El-Haddar, que había interrumpido el baile tan pronto como vió á la joven desnuda, llegó al límite más extremo de la excitación.
Pero entonces se le acercó la vieja y le dijo: «Ahora te toca correr detrás de ella. Porque cuan- do se excita con la bebida y con la danza, acostum- bra á desnudarse por completo, pero no se entrega á ningún amante sin haber examinado su cuerpo desnudo, su zib en erección y su ligereza para co- rrer, juzgándole entonces digno de ella. De modo. que la vas á perseguir por todas partes, de habita- ción en habitación, hasta que la puedas atrapar. Y sólo entonces consentirá que la cabalgues.»
Y mi hermano, al oir aquello, se quitó el cintu- rón de seda y se dispuso á correr. Y la joven se des- pojó de la camisa y de lo demás, y apareció toda desnuda, cimbreándose como una palmera nueva. Y echó á correr, riéndose á carcajadas y dando dos vueltas al salón. Y mi hermano la perseguía con su zib erguido.»
En este momento de su narración, Schahrazada
vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.