sa y le dijo que se desnudase. Y mi hermano obe- deció sin protestar. Y entonces la joven cogió un hisopo, le roció con agua de rosas, y le dijo: «Me gustas mucho, ¡ojo de mi vida! Pero me fastidian las barbas y los bigotes, que pinchan la piel. De modo que, si quieres de mi lo que tú sabes, te has de afeitar la cara. Y mi hermano contestó: «Pues eso no puede ser, porque seria la mayor vergüenza que me podría ocurrir.» Y ella dijo: «Pues no podré amarte de otro modo. No hay más remedio.»>> Y en- tonces mi hermano dejó que la vieja le llevase á una habitación contigua, donde le cortó la barba y se la afeitó, y después los bigotes y las cejas. Y luego le embadurnó la cara con colorete y polvos, y lo con- dujo á la sala donde estaban las jóvenes. Y al verle les entró tal risa, que doblaron sobre sus posaderas. Después se le acercó la más hermosa de aque- llas jóvenes y le dijo: «¡Oh dueño mio! Tus encan- tos acaban de conquistar mi alma. Y sólo he de pe- dirte un favor, y es que así, desnudo como estás y tan lindo, ejecutes delante de nosotras una danza que sea graciosa y sugestiva.» Y como El-Haddar no pareciese muy dispuesto, prosiguió la joven: <Te conjuro por mi vida á que lo hagas. Y después logra- rás de mi lo que tú sabes. Entonces, al son de la darabuka, manejada por la vieja, mi hermano se ató á la cintura un pañuelo de seda y se puso á bai- lar en medio de la sala. Pero tales eran sus gestos y sus piruetas, que las jóvenes se desternillaban de risa, y empezaron
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LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE