el cual entró la vieja é hizo entrar á mi hermano Haddar. Y mi hermano vió que el interior del pala- cio era muy bello, pero que era más bello aún lo que encerraba. Porque se encontró en medio de cuatro muchachas como lunas. Y estas jóvenes es- taban tendidas sobre riquísimos tapices y entona- ban con una voz deliciosa canciones de amor.
Después de las zalemas acostumbradas, una de ellas se levantó, llenó una copa y la bebió. Y mi her- mano Haddar le dijo: «Que te sea sano y delicioso y aumente tus fuerzas.» Y se aproximó á la joven, para tomar la copa vacía y ponerse a sus órdenes. Pero ella llenó inmediatamente la copa y se la ofre- ció. Y Haddar, cogiendo la copa, se puso á beber. Y mientras él bebía, la joven empezó á acariciarle la nuca; pero de pronto le golpeó con tal saña, que mi hermano acabó por enfadarse. Y se levantó para irse, olvidando su promesa de soportarlo todo sin protestar. Y entonces se acercó la vieja y le guiñó el ojo, como diciéndole: «¡No hagas eso! Quédate y aguarda hasta el fin.» Y mi hermano obedeció, y hubo de soportar pacientemente todos los caprichos de la joven. Y las otras tres porfia- ron en darle bromas no menos pesadas: una le tiraba de las orejas como para arrancárselas, otra le daba capirotazos en la nariz, y la tercera le pellizcaba con las uñas. Y mi hermano lo tomaba con mucha resignación, porque la vieja le seguía haciendo señas de que callase. Por fin, para pre- miar su paciencia, se levantó la joven más hermo-