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LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE

tiempo, y además no tenía ni un dracma para com- prar comida. Y cuando hubo terminado los calzoncillos, los envolvió en el pañuelo, y muy contento, fué á lle- várselos él mismo al propietario de la casa. No es necesario decir, ¡oh Emir de los Creyen- tes! que la joven se había puesto de acuerdo con su marido para burlarse del infeliz de mi hermano y hacerle las más sorprendentes jugarretas. Porque cuando mi hermano le presentó los calzoncillos al propietario de la casa, éste hizo como que iba á ра- garle, pero inmediatamente apareció en la puerta la linda cara de la mujer, sonriéndole con los ojos y haciéndole señas con las cejas para que no co- brase. Y Bacbuk se negó en redondo á recibir nada del marido. Entonces el marido se ausentó un ins- tante para hablar con su esposa, que había desapa- recido también, y volvió en seguida junto á mi her- mano y le dijo: «Para agradecer tus favores, hemos resuelto mi mujer y yo casarte con nuestra esclava blanca, que es muy hermosa y muy gentil, y de tal suerte serás de nuestra casa.» Y Bacbuk se figuró en seguida que era una excelente astucia de la mujer para que él pudiese entrar con libertad en la casa. Y aceptó en el acto. Y al momento mandaron llamar á la esclava, y la casaron con mi hermano Bacbuk. Pero cuando llegó la noche, quiso acercarse Bac- buk á la esclava blanca, y ésta le dijo: «¡No, no! ¡Esta noche no!» Y por mucho que lo deseara Bar- buk, no pudo darle ni siquiera un beso.