á esos diez malvados!» Y el verdugo nos puso en fila en el patio, à la vista del califa, y empuñando el alfanje, birió la primera cabeza y la hizo saltar, y la segunda, y la tercera, hasta la décima. Pero cuando llegó á mí, el número de cabezas cortadas era precisamente el de diez, y no tenía orden de cortar ni una más. Se detuvo, por tanto, y dijo al califa que sus órdenes estaban ya cumplidas. Pero entonces volvió la cara el califa, y viéndome toda- vía en pie, exclamó: «¡Oh mi portaalfanje! ¡Te he mandado cortar la cabeza á los diez malvados! ¿Cómo es que perdonaste al décimo?» Y el portaal- fanje repuso: «¡Por la gracia de Alah sobre ti y por la tuya sobre nosotros! He cortado diez cabezas. >> Y el califa dijo: «Vamos á ver; cuéntalas delante de mí.>> Las contó, y efectivamente, resultaron diez cabezas. Y entonces el califa me miró y me dijo: «¿Pero tú quién eres? ¿Y qué haces ahí entre esos bandidos, derramadores de sangre?» Entonces, joh mis señores! y sólo entonces, al ser interrogado por el Emir de los Creyentes, me resolvi á hablar. Y dije: «¡Oh Emir de los Creyentes! Soy el jeique á quien llaman El-Samed, á causa de mi poca locua- cidad. En punto á prudencia, tengo un buen acopio en mi persona, y en cuanto á la rectitud de mi jui- cio, la gravedad de mis palabras, lo excelente de mi razón, lo agudo de mi inteligencia y mi ninguna verbosidad, nada he de decirte, pues tales cualida- des son en mi infinitas. Mi oficio es el de afeitar cabezas y barbas, escarificar piernas y pantorrillas
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LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE